Las Ninfas en los cuentos populares

Libro 3. Cuentos populares de Vérteron

La Ninfa y el leñador

En un tiempo en el que los doce soberanos empirianos gobernaban el mundo juntos, había un leñador que vivía en una casa humilde, construida con sus propias manos con árboles talados por él mismo.

Era un buen hombre o, al menos, tan bueno como la mayoría y mejor que muchos otros. Trataba bien a los animales del bosque y era un fiel amigo de un joven Elim que habitaba dicha foresta.

Pero el leñador sentía que en su vida faltaba algo, pues, al contrario que los animales del bosque, él no tenía una pareja.

"Quiero una compañera", dijo a su amigo el Elim. "Quiero a alguien que comparta mi casa conmigo, una esposa que me quiera y traiga a mis hijos al mundo".

El joven Elim sintió compasión por su amigo y quiso ayudar, pero sabía que en el bosque no había mujeres humanas que se pudieran casar con el leñador.

Unos días después el Elim fue a buscar a su amigo. "¡He encontrado una novia para vos, amigo leñador!", dijo.

El leñador respondió: "Muy amable por vuestra parte, pero ¿cómo puede un Elim encontrarme una novia humana?".

El Elim sonrió y le contó su historia.

Todas las tardes, contaba el Elim al leñador, unas hermosas Ninfas se bañaban en el estanque en un claro cercano. Después de bañarse, se ponían sus encantadores vestidos de plumas y volaban, transformadas por arte de magia en elegantes aves acuáticas.

Una tarde, el joven Elim escucho cómo una Ninfa decía a otra: "Hermana, ¡te has olvidado tu vestido de plumas en las rocas! Si lo pierdes, no podrás volar a casa nunca más y conservarás esta forma para siempre".

Cuantas más vueltas le daba el leñador, más claro veía que esa era la solución a sus problemas. Y si no le parecía correcto condenar a una criatura tan extraordinaria a una vida prisionera, lo olvidaba ante la sola idea de tener por esposa a una bella Ninfa.

Al caer la noche, cuando la luna empezó a brillar en el estanque, el leñador se escondió para observar cómo una hermosa Ninfa atravesaba la luz de la luna, se quitaba su vestido de plumas y lo tendía en la roca.

Con el corazón palpitante, se acercó para robar el vestido y lo escondió bajo las raíces del Elim. "Devolvedle el vestido a la Ninfa cuando os haya obsequiado con tres hijos", dijo el Elim.

El leñador asintió. Justo en ese momento, la Ninfa salió del pantano y se dio cuenta de que su vestido había desaparecido.

"¡Oh! ¿Dónde está mi vestido de plumas?", gritó. "¿Qué voy a hacer ahora?"

El leñador salió de su escondite y le presentó un vestido convencional.

"Os doy este vestido si os casáis conmigo", propuso.

La Ninfa, que sin su vestido mágico no tenía posibilidad de huida, aceptó. Ambos se casaron y durante un tiempo el leñador disfrutó de la maravillosa vida que había soñado.

La Ninfa y el leñador tuvieron dos niños y el tercero ya estaba en camino.

Un día, la Ninfa preguntó a su marido: "Querido, ¿puedo ver mi vestido de plumas una sola vez? Echo tanto de menos a mis hermanas... Si pudiera verlo, me sentiría mejor. Os lo pido en el nombre de los hijos que os he dado y del que está por llegar".

El leñador acudió a ver al Elim. "Dadme el vestido que tenéis escondido bajo vuestras raíces".

"Teníamos un acuerdo", dijo el Elim. "¿Os ha dado tres hijos?".

"Tenemos un hijo sublime y una hija preciosa, y el tercer hijo se está gestando en su vientre", respondió el leñador.

El Elim permaneció inflexible. "Sois un insensato", dijo a su amigo. "No me pidáis el vestido hasta que hayan nacido vuestros tres hijos".

Pero el leñador estaba decidido. "¡Mi esposa no huiría de mí ni aunque tuviera el vestido!", dijo. Y lo sacó de su escondrijo.

Regresó a casa y se lo dio a su esposa. "¡Gracias!", gritó ella. Se lo puso y se transformó en un ave acuática ante la mirada de su esposo.

"¡Me habéis decepcionado, querido!", gritó. "Me robasteis la libertad y me separasteis de mis hermanas. ¡Y ahora soy yo la que os decepciono a vos! ¡No nos volveréis a ver, ni a mí ni a nuestros hijos!".

Y con estas palabras atrapó a su hijo suavemente con una garra, a su hija con la otra, y extendió sus alas para volar hasta perderse en el cielo.

El leñador fue a ver a su amigo, el Elim, lamentando su error. "No tendría que haberle dado el vestido", lloriqueaba, "tendría que haberos hecho caso".

El Elim no pudo hacer nada por ayudarlo. "Si hubierais esperado a que vuestra esposa hubiera dado a luz a vuestro tercer hijo, nunca os habría podido abandonar", le explicó, "pues no habría podido volar con los tres".

Desde entonces, el leñador espera todas las noches en el estanque de las Ninfas, pero ni su mujer ni las hermanas de esta regresaron jamás. Y si no ha fallecido aún, seguirá viviendo triste y solo.