Las crónicas de los cuentos

Tomo 8: Gema y Véndar el Infeliz

Hace muchos, muchos años, vivieron dos personas muy diferentes.

Aparentemente, Véndar era un hombre normal y corriente. Era alto, delgado y pálido... y se le conocía por su mala suerte, que parecía no tener fin. Cuando Véndar intentaba trabajar en el campo, la cosecha no brotaba. Cuando fue leñador estuvo a punto de perder los dedos del pie y, durante su trabajo como proveedor de trípodes, un Brajo casi acaba con él.

Pronto, hasta sus propios amigos lo evitaron por miedo a contagiarse de su mala suerte. Así que el solitario Véndar se retiró junto a su padre, anciano y enfermo, a la rural Guardiavieja. Sin embargo, la mala suerte le siguió hasta allí. Las ruedas de su carro se soltaron, se le rompió el arado y todos los animales que compraba en el mercado enfermaban, se escapaban o simplemente no servían para nada.

Y así pasó a ser conocido en toda Asmodia como "Véndar el Infeliz".

En un lejano lugar de Asmodia vivía una mujer llamada Gema, de sangre azul. Su riqueza era incalculable y era hija de Ofnir, un insigne sumo sacerdote en Pandemónium al que respetaba incluso la élite social.

Cuando era niña, Gema lloraba por el menor motivo. Lloraba cuando se le rompía un juguete o con el mínimo cambio de temperatura. Y a medida que cumplía años encontraba más motivos para romper a llorar.

Pronto sus sollozos inundaron toda la casa día y noche. Sus desesperados padres solo encontraron una forma de acallar su llanto. La amenazaban con desposarla con Véndar el Infeliz si no cesaba de llorar. Es evidente que Véndar el Infeliz era el único hombre con el que ninguna asmodiana se hubiera casado jamás, así que esta pequeña artimaña siempre surtía efecto.

Gema creció hasta convertirse en una atractiva joven e incluso ascendió a Daeva. Finalmente, su padre consideró que había llegado el momento de buscarle un marido. Y entonces se dispuso a buscar el mejor candidato posible para su hija. Sin embargo, Gema se volvía un mar de lágrimas cada vez que veía a alguno de sus admiradores, hasta que finalmente juró no casarse nunca con un hombre que hubiera escogido su padre.

"¡Nunca te casarás!", fueron las duras palabras de su padre, "pues ningún hombre de los que TÚ elijas te querrá jamás como esposa".

Cuando sus lágrimas se agotaron, Gema ideó un plan que heriría tanto a su padre como sus palabras la habían herido a ella. Durante toda su infancia sus padres la habían amenazado con casarla con Vendar el Infeliz, así que pensó que debería casarse precisamente con él. Viajó inmediatamente a Guardiavieja (naturalmente, pasó todo el viaje llorando) y pronto se encontró ante la pequeña choza que Véndar y su padre llamaban su hogar.

Lo llamó a grandes voces hasta que Véndar abrió la puerta (dándose un golpetazo en los dedos gordos de los pies). "¡Soy Gema, la hija de Ofnir", continuó, "y estoy aquí para casarme con vos!"

Véndar parecía no estar muy seguro del asunto, pero Gema no iba a renunciar a sus planes de boda. El padre de Véndar, que cada día estaba más débil, autorizó la boda y solo unos días después se celebró el matrimonio. Solo entonces Gema confesó al atónito Véndar el resto de su plan: no solo regresaría como mujer casada a ver a su padre, sino con un Daeva a su lado.

Y Véndar volvió a dudar, pero Gema no se dejaba persuadir. Primero lo intentó con métodos sencillos que, según había escuchado decir a ancianas, eran efectivos para ayudar a alguien a ascender. Pronto, de prácticamente todos los marcos de las puertas de su hogar colgaban Cristales de éter y Véndar bebió con valentía las extrañas pociones que su mujer había preparado, aunque sabía que ninguna de ellas le sentaría bien.

Cuando, pese a todos los esfuerzos de su esposa, esta comprobó que Véndar seguía siendo humano, decidió adoptar medidas más drásticas...

Un día, Gema y Véndar se habían adentrado bastante en los Bosques de Guardiavieja en busca de bayas para el almuerzo y leña para encender el fuego.

"Véndar", dijo Gema, señalando hacia un bosquecillo próximo, "creo que he visto bayas allí. Por favor, ve a mirarlo".

La lucha fue cruelmente desigual: Véndar no era un guerrero y cuando le quedó claro que no tenía la más mínima oportunidad, emprendió la huida. El Cárnif comenzó a perseguirlo y de un zarpazo le asestó una profunda herida en la espalda. Gema intervino inmediatamente y pudo devolver el golpe a la bestia gracias a sus habilidades de Daeva. Se apresuró a ayudar a su marido, pero cuando le dio la vuelta y lo miró a los ojos, se dio cuenta de que su plan había fracasado: Véndar seguía siendo un hombre.

Véndar estaba gravemente herido y cuando Gema lo llevó a casa, su mujer sintió fuertes remordimientos por lo que, naturalmente, se deshizo en lágrimas. Cuidó a Véndar durante dos días y dos noches en las que no durmió: le limpiaba el sudor de la frente, le daba agua, limpiaba sus heridas y le suministraba hierbas curativas. Pese a todos sus esfuerzos, sus heridas se infectaron y Véndar se hundió en sus delirios febriles.

Tras dos noches sin dormir, llegó un momento en el que Gema simplemente no pudo mantener sus ojos abiertos y se desplomó. Unas horas más tarde despertó y, cuando miró hacia arriba, vio la mano de Véndar, suspendida sin fuerzas en el borde de la cama.

"¡Véndar!", gritó, y se levantó inmediatamente con los ojos inundados de lágrimas. Estaba segura de que era la culpable de la muerte de un hombre inocente y puro, y estaba desesperada porque no había podido acompañarlo durante sus últimos momentos de vida.

"¡Véndar!" Gema le agarró por los hombros y lo sacudió con fuerza. "¡Véndar!" Y Véndar abrió los ojos y la miró. Una sonrisa iluminó la cara de Vendar y en ese momento ella vio algo que la dejó sin habla.

Tenía esa mirada... la mirada de los ascendidos escogidos.

Véndar se había recuperado por completo mientras Gema dormía apaciblemente y ya al día siguiente su mujer le estaba enseñando a manejar el éter. No pasó mucho tiempo hasta que Gema y Véndar atravesaron a grandes pasos las puertas de Pandemónium causando una gran sensación. El padre de Gema dio la bienvenida a ambos con los brazos abiertos y pidió perdón a su hija.

Todos los problemas del mundo parecían haberse desvanecido para Gema y Véndar. Pero como todos sabemos, las apariencias engañan...

Pronto Véndar se convirtió en uno de los clérigos asmodianos más apreciados y nadie se sorprendió cuando lo llamaron a formar parte de una de las primeras tropas que debían enviarse al Abismo que por aquel entonces acababa de abrirse.

Sin embargo, Marchután, el soberano del destino, aún no había jugado su última y cruel carta. Un día, Véndar y otros veintitrés valientes Daevas atravesaron una falla a pasos decididos... y nunca más habrían de regresar. La falla se cerró tras ellos y los dejó abandonados para siempre en un lugar desconocido. Algunos culpan de ello a la mala suerte de Véndar, pero Gema solo se culpaba a sí misma.

Por eso huyó y nunca más volvió a ser vista. Algunos dicen que vaga sin rumbo fijo por los bosques de Asmodia, atormentada hasta la locura por el duelo y la culpa. Otros afirman oír sus sollozos en los campos de Guardiavieja, cerca de la pequeña choza que un día Véndar y su padre llamaron su hogar.

Pero hay una cosa en la que todos están de acuerdo: al menos ahora Gema tiene un motivo para llorar.