Las crónicas de los cuentos
Tomo 9: El Aucui de los huevos de oro
Había una vez un joven que vivía en un pequeño pueblo de Morfugio.
Aunque trabajaba duro, siempre fue pobre, pasó hambre y estuvo solo.
Trabajaba para un granjero tacaño, sin conocimientos ni virtudes, a cambio de un mísero jornal.
Un día, un Aucui sucio y demacrado se dirigió torpemente a la humilde cabaña del joven.
El joven esparció paja fresca y limpia por el patio para que el Aucui pudiera descansar y le dio su miserable ración diaria de grano para que comiera. Después, lo acarició con ternura. A la mañana siguiente, antes de partir hacia el campo para trabajar, el joven fue al patio para dar de comer al Aucui, que lo recibió con un alegre graznido.
¡Y qué sorpresa se llevó el joven! El Aucui había puesto un huevo... ¡un huevo de oro macizo!
Todas las noches, el joven se ocupaba de que el Aucui estuviera cómodo y lo alimentaba. Todas las mañanas, el Aucui ponía un huevo de oro. El joven se llevaba los huevos y los escondía en un lugar seguro.
El día del mercado, se llevó los huevos de oro y los vendió por una buena suma.
Con los Quinas que ganó con ellos, el joven se compró ropa nueva. Desde entonces, pudo comer tanto Cangrejo de puchero condimentado y Sopa de crema de taiga como quería y era muy feliz.
Sin embargo, una vez que tuvo el estómago lleno y ropa de abrigo, lo asaltó otro deseo: casarse con una hermosa joven que vivía en el pueblo.
Pero la joven no quería a un pobre por esposo. "No podría vivir en tu humilde choza", decía riendo.
Solo una gran casa de tejas y hermosísimos vestidos cubiertos joyas podrían conquistar el corazón de la mujer.
Si bien los huevos de oro bastaban para alimentar y vestir al joven, la chica quería más de lo que se podría pagar con un huevo al día.
A la mañana siguiente, cuando fue a llevarle alimento al Aucui, el joven le preguntó: "¿Podrías poner por adelantado todos los huevos de este mes?"
Sin embargo, el Aucui sacudió la cabeza y le contestó con un graznido.
El joven le rogó con insistencia, y terminó amenazándole. Sin embargo, el Aucui siguió poniendo un solo huevo de oro al día.
Una mañana, el joven pensó: "¡En el estómago de un Aucui que pone huevos de oro debe de haber mucho oro!"
Así, el joven tomó su cuchillo y fue directo al patio. El Aucui, sentado sobre un huevo fresco de oro, graznó alegremente como hacía cada día al verlo. Pero el joven tomó el huevo y acuchilló el estómago del Aucui.
Del estómago del Aucui no salió oro, solo sangre.
"¿Cómo puede ser?", gritó el joven.
Meció al Aucui muerto en sus brazos y lloró desconsolado. El Aucui había sido bondadoso y sabio, pero también moderado, como deben serlo todos los buenos amigos. Sin embargo, el joven no había sido nada de eso, y ahora sería siempre un pobre hambriento... y lo peor... siempre estaría solo.