Soy Lionelo, un miembro de la legión Lanzas de Siel que llegó aquí después de la Catástrofe.. Las circunstancias que me trajeron a este maldito lugar siguen siendo un misterio.

Aún puedo acordarme de los ruidos y de la energía de la Catástrofe. También recuerdo que me quedé inconsciente al ser arrojado al suelo mientras Atreia sucumbía.. Cuando desperté estaba en medio de un páramo y sepultado por un montón de escombros.

El éter que había manipulado para volar había desaparecido, así como mis acompañantes, y el frío se apoderaba de mis huesos; estaba solo, desesperado, sin amigos y olvidado de la mano de Aion.

No sabía por qué era el único superviviente, pero pronto descubrí que no estaba solo en este espantoso lugar.

Los Balaúres estaban aquí. Aunque la Catástrofe los había dejado confusos, parecía como si hubieran varado en este lugar igual que yo.

Por primera vez, los Balaúres me encontraron a mí. A pesar de que ya no podía volar, mis habilidades bélicas no se habían mermado: aniquilé a las bestias y huí en medio de la noche.

Sabía que vendrían más y los vigilaba desde una distancia segura. Me gustaría haberlo dejado correr. Tiamat mismo llegó a parar al lugar en el que me habían encontrado y al ver a los Dracanes que yo había vencido, lanzó un grito estremecedor.

Huí de allí.

Los Balaúres me persiguieron durante semanas, pero al final pude deshacerme de ellos en un lago. Ni siquiera sus desarrollados sentidos les permitieron localizarme en el agua.

Para mi mal, lo que encontré en la otra orilla era todavía peor de lo que me había empujado a huir.

Hacía tiempo que en nuestros pueblo circulaba el rumor de que, a veces, los Balaúres más poderosos son incapaces de despertar (como los soberanos balaúres) y sus fallidas existencias los convierten el terribles monstruos.

Siempre creí que no era más que un cuento, otra historia sobre los Balaúres fruto del miedo. Sin embargo, el rumor es cierto. Yo he visto con mis propios ojos la atroz transformación de un Dracan.

La criatura se encontraba en un pequeño bosque inclinada hacia adelante y bajo su piel se movían sombras oscuras, como si intentaran salir a la superficie. El Dracan se retorcía de dolor, pero entre los quejidos se escuchaba una risa extraña. De repente, comenzó a aullar y un algo gigante y deforme salió de dentro de su piel.

El Dracan, o mejor dicho, la criatura en la que se había convertido, aulló durante horas. Era una bestia terrorífica y parecía ser consciente de ello. Los gritos (sus gritos) estaban colmados de horror, repugnancia y odio.

Fuera lo que fuera, no se parecía en nada a los soberanos balaúres. La criatura se calló después de un rato, salió arrastrándose del bosque y desapareció en dirección a las montañas. Yo la seguí, no puedo decir si por compasión o por veneración.

La criatura anduvo a tientas alrededor de las montañas hasta que encontró una cueva donde se metió. Fui detrás de ella, desconociendo todavía mis motivos. A pesar de la oscuridad, no fue difícil encontrarla: su respiración era fuerte y su cola raspaba las paredes de la cueva a su paso.

Cuando había bajado bastante, se paró de golpe y se desplomó en una amplia zona. Sabía que estaba muerto... pero debía asegurarme.

Poco después me deslicé de mi escondite, me dirigí hacia la criatura y los vi: dos ojos de rojo candente que me miraban fijamente. Sabía que estaba allí en todo momento pero no intentaba atacarme. Simplemente estaba allí y me miraba.

Tal vez sabía que yo no representaba ninguna amenaza, no sé... yo solo salí de la cueva y no volví a mirar atrás. Conseguí encontrar a mis hermanos y hermanas de la legión Lanzas de Siel y nos unimos para sobrevivir en esta desoladora tierra. No obstante, siempre me acuerdo de esta horrible criatura a la que llamé Dramata.