El último fragmento: Historia de la Fortaleza de Elnen

Por Jenofonte de Sánctum, historiador militar y erudito

Todas las fortalezas de Elísea se erigieron cerca de algún fragmento de la Torre de Aion.

El criterio principal a la hora de seleccionar el emplazamiento de una fortaleza era el valor estratégico de dichos fragmentos; cada uno está unido a un punto de los Abismos.

El destino quiso que el último fragmento encontrado fuera el de Elnen, por lo que esa fortaleza fue la última en erigirse.

Además, hubo otros factores que contribuyeron a que se construyera más tarde.

Al noroeste de Elnen se encontraba un bosque sin nombre, conocido desde tiempos remotos por su flora exuberante. Incluso los cazadores expertos lo evitaban, pues era tan denso que hallar una senda para atravesarlo se hacía imposible.

En ese bosque, hiciera el tiempo que hiciera, flotaba siempre una espesa niebla en el aire, lo que no permitía orientarse bien. Los relatos sobre personas desaparecidas en ese inhóspito bosque hacían que nadie con un mínimo de sentido común se atreviera a aventurarse en él.

Sin embargo, después del hallazgo de una Puerta del Abismo en Vérteron, Sánctum ordenó que se retomara la investigación de todos los casos de personas desparecidas, lo cual reavivó el interés por aquel extraño bosque.

Se creía que algunos casos podían estar relacionados con una Puerta del Abismo aún no descubierta.

Se reunió apresuradamente un equipo de expedición y se envió a Elnen. Liderados por el osado Daeva Tumblo, el grupo estaba bien preparado para afrontar la espesa niebla y lograron dar con el lugar en el que más tarde se erigiría la fortaleza.

Imperturbable pese a la niebla, Tumblo ordenó a los suyos encender las lámparas de éter que habían traído y adentrarse en el bosque tomados de las manos.

Aunque la niebla les dificultaba la visión y los arbustos espinosos arañaban sus pies, siguieron avanzando hasta llegar a un inmenso muro de piedra. Todos sintieron que tras él se escondía una fuerza descomunal.

No obstante, cuando iluminaron el muro con sus lámparas de éter, los bloques empezaron a caer, amenazando con enterrarlos bajo toneladas de piedra si no se retiraban. Tumblo no tuvo más remedio que emprender la retirada de inmediato.

Aun así, no se dejó amilanar tan fácilmente. Tras varios intentos fallidos, sus hombres lograron abrirse paso entre los bloques y lo que hallaron al otro lado les cortó la respiración.

Frente a ellos se abría un valle de indescriptible belleza, dividido por un arroyo cantarín de agua pura y poblado por multitud de arbustos y árboles frutales.

Sin embargo, también encontraron otros peligros. A medida que se acercaban al lugar en el que sospechaban que hallarían un Fragmento del Abismo, sus pies se vieron inmovilizados, presas de un extraño hechizo. Era evidente que algo quería evitar que llegasen al lugar.

Mas no fue suficiente para detener a Tumblo, quien desdeñaba el peligro, por grande que fuese.

Finalmente, su determinación dio sus frutos. Superaron varios obstáculos y dieron con la Puerta del Abismo. En una caverna situada en un despeñadero flotaba un fragmento de la torre.

Dado que la Guerra del Abismo estaba su momento álgido, era esencial explotar la zona lo antes posible y erigir una fortaleza. No obstante, la niebla aparentemente perpetua y la extraña orografía del lugar hicieron de ello una tarea titánica.

Un día, Lord Nececán, recién llegado de una sangrienta batalla en el Abismo, visitó las obras de la fortaleza.

Su visita inesperada dejó a todos asombrados.

Después de inspeccionar el lugar, Lord Nececán dijo en un susurro: "Lo que debe ocultarse, ya lo está...", y lanzó un hechizo que disipó la niebla por completo.

Volvió a comprobar las obras y ordenó que se erigiera la fortaleza en el cielo, para así aprovechar mejor la Puerta del Abismo.

Aunque ello entrañaba grandes dificultades, todos los que allí trabajaban se pusieron manos a la obra para cumplir el deseo del soberano. Tras su visita, los trabajos avanzaron a mayor ritmo.

Con ayuda de Lord Nececán y muchos Daevas poderosos, la torre fue erigida y anclada en el cielo. Además, para facilitar el acceso a la misma, instalaron una Piedra flotante.

La zona que rodeaba la fortaleza y se extendía más allá de las escarpadas rocas era un territorio árido, donde la corriente etérea era irregular e imposible de controlar bien. Se prohibió el acceso a aquellos parajes.

A pesar de esas condiciones, finalmente acabaron las obras de la fortaleza y empezó a cumplir su función de enviar Daevas a Resanta.