A Teobomos le fascinaban las reliquias de los Calidones. Eran primitivas, pero parecían representar a una criatura cuasi divina que descansa bajo la tierra. No Aion, pero si relacionada con el.
El punto central de los lugares de culto de los Calidones parecía ser un montículo determinado. Teobomos envió soldados de la fortaleza para que expulsaran a los Calidones y así empezar las excavaciones.
Ni en sueños habría imaginado que la criatura de las tallas de madera pudiera ser real. Allí, enterrado bajo el túmulo, yacía un coloso de un extraño metal, hecho con una tecnología mucho más avanzada que cualquiera de los humanos... o de los Balaúres.
Parecía tratarse de una inmensa máquina de guerra hacía ya largo tiempo destruida... Sus interiores estaban inmóviles y muertos. Y así, Teobomos mandó mantener oculta su ubicación.
Quería algo con lo que presionar a los soberanos empirianos, ya que nunca había llegado a fiarse realmente de ellos.
Yo recibí el encargo de hacer pesquisas, pero no logré averiguar nada. Nunca antes había habido un arma mecánica autónoma como aquella.
Mientras tanto, Teobomos hizo todo lo posible para restaurar lo que acabó por llamar el Proyecto Martillo Dracan.
Podía moverse a sus órdenes y disparar rayos de energía etérea pura por los ojos. Sin embargo, no estaba convencido de que estuviera listo para el combate.
Entonces sucedió lo impensable. Horrorizados, todos miramos al cielo mientras veíamos resquebrajarse la Torre de la Eternidad.
Hordas de Balaúres enfurecidos entraron a raudales en las ciudades, matando todo a su paso. Los propios Daeva se vieron impotentes.
Cuando vio cómo masacraban a su pueblo y arrasaban su reino, Teobomos se decidió a activar el Proyecto Martillo Dracan.
La máquina despertó con un crujido etéreo, mientras parecía tararear con voz profunda un himno de guerra.
Sus poderosos puños diezmaron sin esfuerzo las filas de los Balaúres. Con sus rayos mortíferos redujo a polvo en meros segundos a regimientos completos de Dracanes.
El pueblo casi no podía creer lo que estaba viendo, pero se aferró desesperadamente a la esperanza de que este extraño defensor fuese su salvación.
Sin embargo, la esperanza duró poco. Cuando parecía que los Balaúres habían sido derrotados, el cielo estalló en llamas.
Los meteoritos se precipitaron sobre la tierra e incendiaron todo Teobomos. El coloso miró hacia arriba al percibir sobre él una inmensa sombra alada.
Era la sombra de Fregion, el más temible de todos los soberanos balaúres.
Fregion arrojó inmensas llamaradas contra el coloso y su piel metálica empezó a brillar al rojo vivo.
Luego, el soberano se abalanzó desde el cielo, levantó en vilo al coloso y lo partió como a una marioneta.
A los pocos segundos, estaba destrozado, impotente a merced del poder del soberano balaúr.
Teobomos debió de perder el juicio al ver cómo destrozaban el coloso.
Lívido de rabia, juró que acabaría él solo con los Balaúres. Quise detenerlo, pero no podía hacer nada ante su inmensa fuerza.
Con un grito de guerra estremecedor, alzó los brazos y voló hacia el corazón del aquel infierno.
Yo huí antes de que las llamas engulleran la fortaleza. Fue solo gracias a la merced de Aion que logré escapar de los Balaúres, que celebraban el caos que habían desatado.
Dejo tras de mí estas notas con la esperanza de que la humanidad sobreviva a la Gran Catástrofe. Aunque el Proyecto Martillo Dracan se haya perdido para siempre, tal vez en un día lejano, la arena libere un segundo coloso.
Tal vez ese arma perfecta pueda derrotar definitivamente a los soberanos balaúres.