Nadie sabe que lleva a la ascensión. En mi caso, la transformación me causó dolor.
Culpa. Dolor. Arrepentimiento. Nunca podré olvidarlo. El sueño solo trajo pesadillas. No conseguía comer. No había ningún descanso entre recuerdos incesantes, dolor interminable, eterna culpa y permanente pesar.
Decidí poner fin a mi sufrimiento con la muerte. Necesitaba descansar. Cuando alcé el arma para acabar con mi vida... ascendí. Fue como si me hubieran maldecido. Entonces me di cuenta de que NO PODÍA MORIR... y finalmente, supe lo que tenía que hacer. Es mi deber mandar de vuelta a la Corriente de Éter a esos muertos vivientes atormentados. Tengo que hacer justicia.
Las señales de peligro de Jeirón poco a poco fueron reduciéndose. Llegaron rumores de que en el Poblado de Quisar había ocurrido algo sospechoso. Pero nadie se lo tomó en serio.
Los habitantes de la hacienda de Medeo y de la Granja de Orton siempre andaban nerviosos, por si atacaban los Crals sin previo aviso. Medeo, el propietario, y su siervo Cacias pidieron ayuda a la fortaleza en numerosas ocasiones. Sin embargo, la fortaleza no podía prescindir de nadie, necesitaban a todos los hombres para luchar contra los asmodianos en Resanta.
El poblado de Yeyaparán, mi hogar, era un lugar relativamente tranquilo y seguro tras sus fosos. Sabíamos que a los Crals quisares no les gustaba el agua.
Aunque la gente tenía miedo ante la perspectiva de un posible ataque, pensaba que allí estarían seguros. Creían que los Crals nunca atacarían poblados humanos. Y pensaban también que, aunque eso pasara, la fortaleza nunca dejaría en la estacada a la granja y a la hacienda. Creían que, si sucedía algo malo, vendrían en su ayuda sus vecinos de Yeyaparán.
Qué gran equivocación.
Un día, al amanecer, los Crals quisares se abalanzaron sobre la Granja de Orton, pero nadie acudió en auxilio de sus habitantes.
La batalla entre Crals y humanos no fue justa. ¿Cómo iban a poner resistencia alguna contra los Crals unos campesinos en inferioridad numérica y que solo entendían de labrar?
Después de destruir la Granja de Orton, los Crals atacaron la hacienda de Medeo. Sus moradores tampoco fueron rival alguno para los Crals. Armados solo con aperos, se enfrentaron a la desesperada contra los asaltantes. Estos no tardaron ni una hora en masacrarlos.
Los habitantes de Yeyaparán se enteraron del ataque al día siguiente. Una mujer, que consiguió escapar con su pequeño, se encargó de contarles la trágica historia.
Después de saber lo que había pasado en la Granja Orton y en la hacienda de Medeo, los habitantes del poblado se apresuraron en ir hacia allá. Pero nadie pudo acercarse a la granja. Todo olía a sangre y estaba plagado de Crals. Fue tal el miedo que les entró, que dieron media vuelta y salieron corriendo.
Una vez en el pueblo, se pusieron a construir barricadas. Enviaron una desesperada llamada de socorro a la fortaleza.
Pero yo no hice nada. Recé y recé a los cinco soberanos empirianos para que los Crals dejaran de atacar mi poblado. Entonces, por primera vez, pude comprender cómo se habían sentido los habitantes de la Granja de Orton y de la hacienda de Medeo.
La fortaleza envió Guardas, pero no fue sencillo expulsar a los Crals. La larga batalla fue devastadora para mi poblado. La Granja de Orton y la hacienda de Medeo eran la única fuente de suministro para Yeyaparán pero ya no podían aprovisionar alimento alguno.
Los primeros que dejaron el poblado fueron los Sugos. Se fueron todos. Los comerciantes de Changarner, los de la Brisa, los Nubenegra... todos cerraron sus tiendas.
Los mercaderes que comerciaban con los productos agrícolas también sufrieron mucho con la situación. No había trabajadores que transportaran las mercancías y los clientes eran todavía más escasos. Los mercaderes abandonaron el poblado. Marineros y astilleros partieron en busca de otros puertos. El que una vez fue un florido pueblo, se convirtió en un yermo.
Sin embargo, aquello no fue el fin de la tragedia. Solo era el principio.
Justo cuando la gente empezaba a olvidar la catástrofe de la Granja de Orton y la hacienda de Medeo, desapareció una de las habitantes del pueblo.
Era una joven que fue a por agua a la Fuente del Comienzo para no regresar. Era mi gran amor, Ilbrein. Cuando vi que no volvía, perdí la cabeza. Salí corriendo como un loco del poblado. Encontré su zapato en el camino que unía la Granja de Orton y la hacienda de Medeo. Ni rastro de ella, ¡solo su pequeño zapato!
Mientras la buscaba desesperado con su zapato en la mano, vi a un Anubita que llevaba jirones del vestido de Ilbrein.
Agarré mi maza y ataqué al Anubita. La frenética ira que se apoderó de mí me proporcionó una gran fuerza.
Ataqué al Anubita como un loco, gritando. Lo molí a palos. Entonces me abalancé sobre todo Anubita que tenía a mi alrededor. Agotado, caí al suelo. Semiinconsciente en el suelo, no creía lo que veían mis ojos.
Uno de los Anubitas que se encontraban ante mí llevaba algo que me resultó familiar. Vi una hebilla que siempre llevaba puesta Ganges, un amigo de la infancia. Se la había regalado yo.
El Anubita, aquel monstruo al que había destrozado, en realidad había sido amigo mío al que habían matado los Crals.
Desde aquel día no dejan de aparecer muertos vivientes en la Granja de Orton o la hacienda de Medeo. Los habitantes de Yeyaparán que sabían que los muertos vivientes habían sido sus vecinos, amigos y gente querida, no podían darles muerte.
La gente no hablaba de los muertos vivientes, pero procuraban no acercarse ni a la Granja de Orton ni a la hacienda de Medeo. Todos comenzaron a marcharse, incluso los que llevaban generaciones viviendo en el pueblo.
Permití que el dolor, la culpa y la desesperanza me consumieran en cuerpo y alma. Tendría que haber protegido a mi amada Ilbrein.
Estaba convencido de que Ilbrein habría muerto cuando fui ayudar a la Granja de Orton y la hacienda de Medeo cuando nos atacaron los Crals. El encuentro con Ganges hizo que sintiera aún más el peso de la culpabilidad. No lo ayudé cuando me necesitaba... y entonces murió de nuevo.
Finalmente dejé el pueblo y Jeirón. Ascendí sumido en la pena.
Entonces, por primera vez, supe cuál era mi destino. Es mi deber devolver a la Corriente de Éter a los muertos vivientes de la Granja de Orton y de la hacienda de Medeo, a todos mis vecinos y amigos...
Los mato, sí, pero solo así encontrarán la paz de su alma. No me rendiré aunque me lleve diez, cien años o toda la vida.
Tengo una larga vida por delante. Es posible que un día de estos pueda concluir esta tarea. En cuanto envíe de vuelta a la Corriente de Éter a los últimos muertos vivientes, por fin seré libre.