En el interior del Bosque de Corazoncalmado vive un anciano Elim llamado Taloc. El Elim desconfía de la mayoría de las criaturas y aunque los reianos sabíamos de la existencia de Taloc desde hace siglos, no establecimos contacto con él hasta hace muy poco.
Cuando nos aproximamos al Elim por primera vez, Taloc estaba preocupado, pero con el tiempo aprendimos a confiar los unos en los otros. Entendió que éramos criaturas completamente distintas a los endiablados Balaúres.
Desde entonces, Taloc ha demostrado ser un valioso aliado. Por eso la tribu reiana dejó su destino en las ramas de este Elim de la luz.
Cuando aún era un muchacho, yo, Estéfano, de la tribu reiana, descubrí que podía comunicarme con los animales y las plantas.
Los mayores no me creyeron: al fin y al cabo, los niños suelen dar rienda suelta a sus fantasías. Si me mantenía firme en mis afirmaciones, se burlaban de mí.
Al final, decidí ocultar mi habilidad y pasar horas solo en los bosques de Balaurea, hablando con las criaturas del lugar. Aunque también podía hablar su idioma, me parecía más interesante escucharlas.
En una de esas conversaciones, oí por primera vez el nombre de Taloc.
"Pidamos ayuda a Taloc", dijo un Rociador.
"Taloc cumple la voluntad de Aion", respondió una Dionae.
Estaba sorprendido. ¿Qué tipo de ser cumpliría la voluntad de Aion en Balaurea? Quería hablar con las dos criaturas, pero antes de que pudiera hacerlo, desaparecieron en el bosque.
Los meses siguientes recopilé toda la información que pude sobre Taloc escuchando a las criaturas de Balaurea.
Pronto averigüé que Taloc era un viejo Elim que habitaba en Ínguison.
Para las criaturas nativas, Taloc era una especie de divinidad. Era el patrón protector de la naturaleza y representaba la esperanza y la sabiduría en el paisaje de Balaurea, por lo demás desolado.
Desde el comienzo creí en Taloc, pero no pude convencer al resto de los miembros de la tribu reiana, pese a intentarlo.
Los más ancianos creían que había enloquecido o que volvía a mentir sobre mi don para hablar con los animales.
Por aquellos tiempos aún era joven. Aunque sabía que tendría que afrontar graves peligros, dejé la tribu y partí en busca de Taloc.
Casi perdí la vida en el viaje, pues nunca antes me había alejado del campamento reiano, y averigüé que Balaurea era un lugar mucho más salvaje de lo que nunca hubiera imaginado. Incluso las bestias más temibles tenían que luchar para sobrevivir y los Balaúres acechaban en todos los rincones.
Sin embargo, también descubrí lugares recónditos de impresionante belleza por toda Balaurea. El mundo debió de tener un aspecto completamente distinto antes de que el drana lo consumiera.
Finalmente, casi muerto de hambre, abrasado y lleno de cicatrices de pies a cabeza, alcancé los dominios del Elim de la luz.
El gran Taloc se mostró precavido durante nuestro primer encuentro. Hablaba en clave y se notaba claramente que la desconfianza ensombrecía nuestro encuentro.
En un mundo plagado de discípulos de los Balaúres con el cerebro lavado, no podía reprochárselo.
Sin embargo, con el tiempo me gané la confianza de Taloc y me permitió descansar bajo sus ramas.
Una vez que Taloc comprobó que yo no podía ser un enviado de los Balaúres, me contó su historia.
En una época muy remota, Taloc había sido un sencillo Elim que había plantado sus raíces en el corazón de Ínguison. Durante la Gran Catástrofe, un enorme fragmento de la Torre de la Eternidad cayó sobre Taloc y quedó incrustado en su corteza.
El fragmento le confirió un inmenso poder y una voz sonó en las profundidades de su madera: la voluntad de Aion. Así, Taloc pasó de ser un sencillo Elim a convertirse en un portavoz de Aion.
Era la voluntad de Aion que el éter se protegiera de los Balaúres y Taloc cumplió con vehemencia sus deseos.
Las raíces y las ramas de Taloc se extendieron, llamó al éter de Balaurea y lo acogió en la seguridad de su territorio. Taloc vigilaba que los Balaúres, aún inmersos en la agitación de la Gran Catástrofe, no se apercibieran de su presencia.
El Elim creció y creció hasta alcanzar una altura enorme y siempre permaneció fiel a Aion.
Cuando Taloc terminó su historia, respiré hondo.
Era un consuelo saber que incluso en la traicionera tierra natal de los Balaúres estaba presente la voluntad de Aion.
No obstante, al mismo tiempo era triste saber que Aion no podía hacer más que proteger a sus criaturas.
Pasé meses junto a Taloc y, cuando regresé con la tribu reiana, conté lo que había descubierto.
La duda inundaba sus rostros cuando contaba la historia de Taloc, pero como la mayoría me habían dado por muerto o creían que los Balaúres me habían atrapado, mi regreso al menos provocó una expedición de búsqueda al reino de Taloc, donde los incrédulos naturalmente encontraron al anciano Elim.
Nos encontrábamos bajo la protección de las ramas de Taloc y el anciano Elim utilizaba éter para ayudarnos a sobrevivir en el crudo paisaje de Balaurea. Pero Taloc no nos podría proteger para siempre.
Al final se decidió que los mayores y los niños permanecerían con Taloc y los que estábamos mejor preparados para defendernos solos seríamos enviados a los rincones más lejanos de Balaurea, para extender la voluntad de Aion.
Aquí acaba mi historia, pero empieza otra. Mañana parto con mis hermanos de armas. Soy un guerrero de la tribu reiana.
El futuro es incierto, como todo en Balaurea. Solo ruego que Taloc conserve sus fuerzas y que los Balaúres no lo encuentren.