¡Ah, Daeva!

¡Uah! No os he oído acercaros. ¿Qué os trae por nuestra pequeña y polvorienta fosa, Daeva?

Perdonad que no me levante, se me... eh... ha quedado clavada la azada. ¡Ay, mi espalda!

Eh... Si no es importante, yo de vos me iría. No querréis que se os pringuen las botas de estiércol de Tipólido, ¿no?

Me marcho.