Folclore de Isalguen
Libro 9: El ladrón y la fuente
Había una vez un bondadoso ladrón. Robaba a los ricos y daba a los pobres, y todos lo adoraban... a excepción de los ricos.
Un buen día, el ladrón deambulaba por el bosque cuando, de repente, vio un Hacha de hierro incrustada en un tocón.
"¡Qué maravilla de hacha! ¡Seguro que algún leñador pobre se alegraría mucho de tenerla!", exclamó el ladrón.
Pero el hacha estaba tan incrustada que no la pudo sacar. "Tengo que intentarlo con todas mis fuerzas. Uno, dos ¡y tres!".
Tiró violentamente del hacha y esta salió del árbol. Sin embargo, había tirado con tanta fuerza que se le escapó de las manos y cayó en la Fuente Daru.
"¡Oh, qué lastima! Ahora sí que se ha perdido", dijo el ladrón, quien, a pesar de ser un bandido, era demasiado educado como para maldecir.
Observó la profundidad de la fuente: demasiada como para zambullirse y recuperar el hacha.
Se sentó en un tocón y pensó qué podía hacer para lograrlo.
De repente apareció ante él un anciano Daeva, con un chichón en la frente. "¿Quién sois? ¿Habéis tirado vos un hacha en mi fuente?", exclamó.
El ladrón estaba totalmente sorprendido, sin habla.
"¿Habéis lanzado el hacha? ¡Estoy meditando tranquilamente y un gracioso va y me lanza un hacha a la cabeza!".
El Daeva estaba tan enojado que al ladrón le costó responder.
"¡Oh! ¡Lo siento, Daeva! Vi el hacha en el tocón... Quería sacarla... para dársela a un leñador pobre"...
El Daeva pareció convencerse de que el ladrón no pretendía hacer daño a nadie. "Ah. Os perdono. Y ahora, desapareced".
El anciano Daeva comenzó a hundirse en el agua. De repente, el ladrón tuvo una idea y dijo: "¡Disculpad, Daeva! ¿Me devolveríais el hacha antes de iros?".
El Daeva volvió a sumergirse en la fuente y regresó con una brillante hacha de oro.
"¿Es esta hacha de oro la que se os ha caído?", preguntó el Daeva. "Ahí abajo hay unas cuantas, porque otros necios como vos no paran de tirarlas a la fuente, Aion sabe por qué. Quiero asegurarme de que os doy el hacha correcta".
El hacha de oro parecía muy valiosa. Si se la diera a una persona pobre, la podría hacer muy feliz. Sin embargo, el ladrón era honrado, pese a ser un bandido. "No. Es un hacha muy valiosa, pero no es la mía".
"Bien, echaré otro vistazo". El anciano Daeva se volvió a sumergir en el agua y regresó con un hacha de plata.
"¿Es esta hacha la que habéis perdido?".
"No", respondió el ladrón, "esta es magnífica, pero no es la que yo he perdido".
El Daeva frunció el ceño y se volvió a sumergir en la fuente.
Tras un buen rato llegó el Daeva con un Hacha de hierro. "¿Es esta hacha la que habéis perdido?".
Cuando la vio, el ladrón asintió. "¡Sí, es esa! Es el hacha que he perdido".
El anciano Daeva sonrió al escuchar esa respuesta.
"Sabía cuál era el hacha que habíais perdido. Nunca olvido las hachas que me lanzan. Solo quería comprobar vuestra franqueza".
El anciano Daeva dio al ladrón las tres hachas. "Tomadlas como recompensa por ser el último hombre honrado de toda Asmodia".
El Daeva desapareció en la fuente y dejó al ladrón confundido.
Cuando regresó al pueblo, vendió las hachas de oro y de plata por una buena suma.
Fundó un nuevo campamento de bandidos y formó a jóvenes ladrones de todos los rincones de la región, enseñándoles a robar a los ricos para dar a los pobres.