- Memorias de un viejo Guarda -
Los Daevas de hoy ya no tienen miedo a la Dragagión. Saben que si caen en la lucha contra la Dragagión, resucitarán sin más. No tienen ese empuje que da el miedo. Ni el más mínimo temor.
Yo, en cambio, sí tengo miedo. El miedo que pasé cuando vi la Dragagión por primera vez todavía me provoca pesadillas hoy en día.
Surgió de la nada. Nada, absolutamente nada, parecía indicar que esa sombra oscura sería una amenaza para nuestra propia casa.
Sí, los Balaúres se habían comportado de un modo extraño, pero no teníamos ni idea de que contaban con semejante arma en su arsenal. Confundimos su pusilanimidad con miedo y creímos que tal vez habíamos dado un paso hacia la victoria.
Nos equivocamos.
Cuando pasó, nos encontrábamos en el Archipiélago Sulfuroso luchando contra los asmodianos. El viento cambió. Cada vez era más pesado, más denso, y en cuestión de segundos oscureció. Después... empezó ese ruido.
Interrumpimos el combate contra los asmodianos y ellos también se quedaron como petrificados. Todas las miradas estaban puestas en el Ojo de Resanta y yo lo vi aparecer: primero un trozo diminuto, que se fue haciendo cada vez más grande con mucha rapidez, hasta que surgió el barco completo.
Por primera vez en mi vida, se me heló el corazón de miedo. Instintivamente quise tirar mi espada y salir corriendo lo más rápido posible. ¡Quería huir! Pero no lo hice. Me quedé inmóvil en el sitio.
El general de brigada rompió el silencio. Dio la orden de atacar a la Dragagión. Me armé de valor, alcé el vuelo y me dirigí rugiendo a la nave.
Recuerdo una imagen extraña. Recuerdo cómo me volví hacia atrás y vi a los Arcontes asmodianos, nuestros grandes enemigos, volando a mi lado. De repente nuestra guerra pasó a un segundo plano y emergió este odio heredado.
Nos aproximamos a la nave. Yo había sacado la espada cuando, de repente, las luces titilantes del cielo se iluminaron. Nos alcanzaron a todos, y las alas blancas y negras que se habían unido en la lucha contra la Dragagión cayeron del cielo cegadas por esa luz deslumbrante.
El general de brigada, desesperado, dio la orden de retroceder, pero era demasiado tarde. Haciendo gala de su superioridad, la Dragagión ya nos había derrotado.
Pero no fue una simple derrota como tantas otras que he vivido, como cualquier Daeva. En esas muerde uno el polvo, se recupera y dice: "La próxima vez venceremos".
Esta vez... fue diferente. No fue una derrota, sino una masacre. Dos legiones completas hechas pedazos en cuestión de segundos. ¡Segundos! No había ni esperanza ni posibilidades de vencer. Me invadió el miedo. No, peor que el miedo... Era terror.
La noticia se expandió. La legión Luz de Resanta había quedado terriblemente tocada y este tipo de noticias son muy difíciles de ocultar. De modo que continuó expandiéndose y, con ella, el pánico.
Entretanto recibimos nuevas órdenes. Teníamos que recopilar información sobre las características, el estilo de lucha y los puntos débiles de la Dragagión. ¡Nosotros!
¿Por qué NOSOTROS? ¡Tenía que ser una broma! Pero no lo era. El miedo me invadió de nuevo, pero no pude escurrir el bulto.
Perdimos a muchos Daevas, pero nunca nos rendimos. Una y otra vez nos aproximamos a la Dragagión. Al fin, mi miedo se fue transformando en cierta sensación de familiaridad y, a medida que aumentaba nuestra audacia, también había recompensas. Descubrimos que la Dragagión contaba con Control de gravedad, núcleos y aparatos de guerra para un ataque.
La más impresionante de las tres armas era el Núcleo de la Dragagión. Su Llama etérea y la Llama etérea potente tenían un enorme área de efecto y podían atacar un radio muy extenso en un tiempo récord y acabar con todos los Daevas de la zona.
Además la Dragagión no solo contaba con uno, sino con cuatro núcleos. Uno delante, dos en las alas y uno detrás. Daba igual por dónde llegáramos, nunca conseguíamos esquivar el ataque.
Finalmente descubrimos que podíamos dañar la nave si conseguíamos destruir todos los Núcleos de la Dragagión a la vez. Pero desistimos después de incontables intentos fracasados. Necesitábamos otro plan.
Lo intentamos atacando el Control de gravedad.
Su estructura era débil, así que teníamos la teoría de que explotaría si se dañaba lo suficiente. Pero no era sencillo infligir daños permanentes a las piezas y nuestro éxito fue muy limitado.
A pesar de todos nuestros esfuerzos, solo conseguimos destruir el Control de gravedad una vez. Una única vez después de incontables intentos.
Claro que se trataba de algo más que un acorazado. La Dragagión transportaba cientos... miles de guerreros balaúres. Los mejores y más fuertes de todos. Lo peor de lo peor.
Nuestras fortalezas cayeron una tras otra, sometidas a la increíble fuerza de la Dragagión y sus guerreros. Una sola nave mortífera había dado un giro de ciento ochenta grados a esta guerra.
El comandante en jefe intentó oponer resistencia a la desesperada, pero fracasaba una y otra vez. Después de más pérdidas terribles, acabó por rendirse. Las órdenes se expidieron en papel negro y eran muy sencillas.
Si veis a la Dragagión, huid. Salvad vuestra vida.