Ervia roja prohibida
- Tomo 2: Olor a ervia -
(No apto para Sulacos menores de 18 años).
¡Un chirrido!
Cuando se abrió la puerta, centelleó la lámpara de latón en la pared de la prisión. Lalaquín miró a su alrededor y después cerró la puerta.
A pesar de que la puerta se cerró con un chirrido escandaloso, Cuhariner, que tenía la cabeza sobre sus maniatadas manos, permaneció tumbado sin moverse lo más mínimo.
Lalaquín miró un instante a Cuhariner, que estaba de espaldas, y atisbó un plato en el rincón de la habitación. No había tocado la comida.
"¿Cuhariner? ¡Sé que no estáis durmiendo!"
Cuhariner abrió los ojos.
"¿De verdad que no tenéis ganas de comer algo?"
"No es asunto vuestro".
"Podría meterme en problemas si se muriera un prisionero noble".
"Muchas gracias por información tan amable, pronto os meteré en problemas".
Cuhariner era consciente de los grandes perjuicios que ocasionaría su muerte a su familia y a los comerciantes sugos.
"¿Por qué rechazáis la comida? ¿Existe algún mandamiento entre los nobles que os prohíba tomar comida de un sucio Sulaco?"
"Ya lo sabéis".
Sus comentarios sarcásticos la cabreaban pero ella intentaba contener su ira.
"Me estáis atormentando todo el día, ¡dejadme en paz de una vez!"
"Está bien...".
Ella tomó una ervia del plato.
"¿Tampoco queréis ervias?"
"¿Cómo?"
"¿Tampoco queréis tomar ervias maduras?"
Cuhariner se inclinó hacia ella. Solo veía sus piernas.
Inconscientemente se dio la vuelta, de manera que casi consiguió ver su cara, pero entonces se detuvo.
Lalaquín sonreía delicadamente mientras lo veía apoyado en la fría pared exterior de la dorada nave espiralada.
La comida de los piratas está sucia...
Lalaquín se acercó lentamente a Cuhariner y se arrodilló ante él. Ignoró su mirada escéptica y le sonrió mientras acercaba su cara a la suya.
"Seguro que podéis tomar una ervia, ¿verdad?"
Cuhariner vio su cara delante de él. Era la primera vez que veía la cara de una Sulaca desde tan cerca.
Su cara era muy distinta a la de los Sugos. Plumones suaves de color violeta... Cuhariner estaba asombrado por haber descubierto por primera vez el encanto de la tribu sulaca.
Sin embargo, lo que dejaba especialmente perplejo a Cuhariner no era su belleza sino su olor.
Normalmente los piratas sulacos apestan siempre porque tienen la estúpida superstición de que pierden la suerte de la riqueza si se lavan. Pero Lalaquín tenía un olor muy dulce.
"¿Verdad?"
Cuando Cuhariner volvió en sí, la cara de Lalaquín estaba más cerca. Él se puso a rezar en silencio.
"No puede ser que me oiga sorber...".
"Veamos...".
Empezó a susurrar mientras acercaba su cara hacia él.
"Tan roja... tan deliciosamente madura...".
Cuando la mordió se mezclaron el intenso aroma de la ervia y su dulce olor.
Cuhariner cerró los ojos. Ya no podía resistirse a ese olor. Cuando abrió los ojos se dirigió hacia ella.
"¡Ah!"
Uff.. ah... uff...
Cuhariner la empujó sin piedad para alejarla y le gritó:
"¡Dejad de molestarme y largaos, pirata asquerosa!"
Se quedó tirada en el suelo, vio cómo Cuhariner gritaba lleno de odio y se levantó despacio.
Se dirigió hacia la puerta y quería salir, pero se quedó parada. Cuhariner se dio cuenta de que le temblaban los hombros.
Por un momento temió haber hecho llorar a una mujer, pero reprimió sus preocupaciones y se dio la vuelta.
"No puedo...".
Sus hombros empezaron a temblar y por fin abrió la boca.
"No puedo seguir aguantando".
Dejó caer el látigo de su cintura.
Con el ruido del látigo, Cuhariner se enderezó inconscientemente.
Siguió intentando hacerle una pregunta, pero como ella seguía mirándole, él no podía escuchar su respuesta.
Lalaquín giró la cabeza y miró a Cuhariner fijamente.
"Necesitáis un maestro auxiliar".
Cuhariner notó frío al sentir su mirada y en lo más profundo de sus ojos vio una mezcla de ira, delirio homicida y ansia.
"Hasta que os convirtáis en un Manduri domesticado".
Lalaquín movió velozmente su muñeca y poco después se rompió una lámpara que había por allí.
En medio del silencio y la oscuridad, Cuhariner tragó saliva sin hacer ruido.
Las páginas siguientes están arrancadas.
No podéis seguir leyendo.