Los Crinroja servían a los Balaúres hace mucho tiempo. Los Maus tenían que sacrificar un niño por los Balaúres todas las noches de luna llena como muestra de lealtad.

La noche anterior a la luna llena, los chamanes se reunían para decidir a qué niño sacrificar. A la mañana siguiente, se izaba una bandera blanca en la casa del niño.

A pesar de su tristeza, los padres sabían que era un honor ofrecer este sacrificio, que les garantizaba la protección y la fuerza de los Balaúres.

Un día el elegido fue un niño llamado Namocata. Sus padres murieron cuando él era muy pequeño así que su abuela se lo había llevado a su cabaña en las profundidades del bosque.

Se cuenta que escuchaba cosas que los demás niños no podían oír. Todos en el pueblo lo tenían por un niño raro e inquietante. Nadie lo echaría de menos cuando los Balaúres lo devoraran.

La víspera del sacrificio debía purificar su cuerpo ingiriendo solo agua. Con la llegada del crepúsculo lo llevaron a un claro del bosque para que esperara allí solo a los Balaúres.

Namocata se sentó y esperó. No tenía ningún miedo.

Ni siquiera cuando oyó voces extrañas que sonaban como el ruido de los pinos y le susurraban algo. Escuchó las voces.

Decían que eran los fantasmas de los niños que habían muerto en aquel claro y que debía huir. Pero el niño se quedó. No tenía miedo.

Al ver que Namocata no tenía miedo, se dieron cuenta de que era el único que podía liberarlos.

Namocata se sorprendió al ver cómo a sus pies aparecía un filo tan fino como el papel y con reflejos plateados. "Este filo está forjado con los años perdidos de nuestras vidas", le dijeron los espíritus.

Tómalo y abre en canal a los Balaúres. Nuestros cuerpos sin alma están en sus estómagos. Entiérranos para que podamos descansar en paz.

Namocata escuchó las pisadas atronadoras de los Balaúres que se acercaban bosque a través. Alzó el filo y esperó.

El Balaúr llegó al claro. Estaba tan gordo que ya no podía volar. Su estómago estaba repleto de los niños a los que se había comido. Namocata se abalanzó sobre él con un grito.

Lo abrió en canal de un sablazo y los cadáveres de los niños salieron. "Muchas gracias", dijeron los espíritus mientras volvían a sus cuerpos para ser por fin enterrados.

Desde aquel día, se acabaron los sacrificios de niños por los Balaúres.