Antología de cuentos
Tomo 7: El Aucui de los huevos de oro
Había una vez un joven que vivía en un pequeño pueblo de Morfugio.
Aunque trabajaba duro, siempre fue pobre, pasó hambre y estuvo solo.
Trabajaba para un granjero, que tenía de avaro todo lo que le faltaba de sabio y amable, y solo le pagaba una mísera limosna.
Un día, llegó tambaleándose a la miserable choza del joven un Aucui de aspecto demacrado.
El muchacho le preparó paja limpia y fresca delante de la choza para que el Aucui estuviera cómodo. Le dio al Aucui la pequeña ración de cereales que recibía para el almuerzo cada día. Y lo acarició para confortarlo. A la mañana siguiente, antes de irse a trabajar, salió de la choza para alimentar al Aucui, que lo saludó con un graznido.
¡Y entonces lo vio! El Aucui había puesto un huevo... ¡un huevo de oro macizo!
Todas las noches, el muchacho se ocupaba de que el Aucui se encontrara bien y tuviera qué comer. Todas las mañanas, el Aucui ponía un huevo de oro. El joven escondía cuidadosamente todos y cada uno de los huevos.
El día del mercado, se llevó los huevos de oro y los vendió por una buena suma.
Con los Quinas que ganó con ellos, el joven se compró ropa nueva. Comía Cangrejo de puchero condimentado y sopa cremosa de Taiga. Estaba satisfecho y feliz.
Pero aunque su estómago estuviera lleno y sus ropas le dieran calor, todavía había algo más que anhelaba: casarse con una hermosa joven que vivía en el pueblo.
Pero la joven no quería a un pobre por esposo. "A mí no me vale una miserable choza", se mofaba ella.
Solo podría ganar el corazón de la muchacha con una casa de piedra y hermosos vestidos cubiertos de joyas.
Aunque los huevos de oro bastaban para alimentar y vestir al joven, la chica quería más de lo que se podría pagar con un huevo al día.
A la mañana siguiente, cuando fue a llevarle alimento al Aucui, el joven le preguntó: "¿Podrías poner por adelantado los huevos de todo este mes?".
Pero el Aucui se limitó a sacudir la cabeza y a graznar.
El chico le suplicó y lo amenazó, pero el Aucui siguió poniendo un huevo de oro al día.
Un día pensó: "Dentro del Aucui, donde crea los huevos, ¡tiene que haber un montón de oro!"
Así, el joven tomó su cuchillo y salió de su choza. El Aucui estaba sentado sobre un huevo de oro que acababa de poner y graznó para saludar al muchacho. Pero él, como respuesta, tomó el huevo y acuchilló el estómago del Aucui.
De la barriga del Aucui no salió ni una sola pepita de oro, solo sangre.
"¡¿Cómo puede ser?!", se lamentó el joven.
Meció al Aucui muerto en sus brazos y lloró desconsolado. El Aucui había sido bondadoso y sabio, pero también moderado, como deben serlo todos los buenos amigos. Sin embargo, el joven no había sido nada de eso, y ahora sería siempre un pobre hambriento y, lo peor, siempre estaría solo.