¿A que no adivináis lo que pasó entonces?
Bueno, pues, hace poco me dirigía hacia el Páramo de Ángrif, cuando de repente me embistió un cíclope.
En realidad no me atacó, ¡pero no me lo conseguía quitar de encima!
Solo al tiempo me di cuenta de que se trataba de mi casco. Se le reflejaba la luz del Sol y eso lo tenía fascinado.