Mi queridísimo hijo:
Rezo a los Cinco para que hayáis sido bendecido con la fuerza y el valor de vuestro padre, y con la inteligencia y decisión de vuestra madre. Si es así, sobreviviréis a los peligros a los que os he empujado y un día llevaréis el collar que os dejé y que os ayudará a encontrarme.
Os escribo esta carta para que comprendáis por qué os tengo que rechazar cuando estáis frente a mí con el collar, y por qué nunca podremos volver a encontrarnos ni hablar como madre e hijo.
Merecéis saber más sobre mí y sobre vuestro padre, y saber por qué tuvisteis que crecer sin nuestra compañía. Durante décadas, he guardado este secreto en mi interior.
Casi no puedo imaginar lo difícil que tuvo que ser vuestra infancia y cuánto debéis odiarme por haberos abandonado. Quizá me perdonéis cuando leáis esta carta, o tal vez me odiéis aún más cuando sepáis lo que hice.
Pero sabed que os amo. Os dejé para salvaros la vida. La tristeza inundó mi corazón cuando abandoné a mi hijo en el Bosque de Moslan, pero tuve que desprenderme de ella. Recé a los cinco soberanos sedim para que velaran por vos.
Soy la hija de un sumo sacerdote. Todo el mundo piensa que nuestra vida era sencilla y fácil porque éramos acomodados. No he pasado por sufrimiento físico ni económico, pero la carga emocional de mi vida ha sido difícil de soportar. Mi familia pactó para mí un matrimonio con el hijo de otra familia de sacerdotes cuando yo aún era muy joven. Durante años tuve obligaciones tanto hacia mi padre como hacia mi prometido. Asumí estas obligaciones públicas como la persona que me exigían que fuera y enterré profundamente a mi verdadero yo.
Mi vida era una rutina estrictamente establecida. Es cierto que asistía a innumerables banquetes y opulentas comilonas, pero siempre quedaba relegada a un segundo plano. Incluso en las fiestas que se celebraban en honor a mi padre o a mi prometido no me estaba permitido llamar la atención más de lo que harían un plato o un mueble.
Vuestro padre, Jefaln, nació en Morfugio. Su familia no era daeviana ni noble. En Pandemónium, los Daevas de procedencia humilde apenas gozan de reconocimiento, pero Jefaln era un luchador célebre. Se distinguía por sus habilidades en combate y por su capacidad para dirigir grandes alianzas en el Abismo.
Muchos nobles intentaban ignorar a Jefaln. Pero finalmente se vieron obligados a respetarlo y a hacerlo ascender, pues venció en innumerables batallas y destacó en la guerra. Mi padre y yo vimos a Jefaln por primera vez en un banquete en honor a una de sus muchas victorias. Cuando comenzaron los bailes, me senté apartada, con la mirada clavada en el suelo.
Entonces, Jefaln apareció ante mí. Colocó suavemente un dedo bajo mi barbilla y me hizo levantar el rostro hasta que nuestras miradas se encontraron. Su amplia sonrisa era contagiosa. No pude hacer otra cosa que devolvérsela. "Parece que esta bellísima dama no sabe divertirse. Yo os enseñaré".
Tomó mi mano e hizo que me levantara. Todos parecían como paralizados ante la escena, solo mi padre parecía furioso. Jefaln era el héroe del banquete; no convenía rechazarlo.
Yo esperaba que aquel grande y fuerte guerrero fuera torpe y brusco, pero no lo era: su contacto era ligero y suave, su baile encantador y lleno de gracia. Sentía el calor de sus manos cuando rozaban mi piel. Bailar con él hizo que mi corazón latiera tan fuerte que estaba segura de que él podía escucharlo. Parecía tener ojos solo para mí. Hasta ese instante no me di cuenta de lo ignorada que me había sentido hasta entonces ni de la escasa atención que me concedían mi padre y mi prometido.
La música acabó y nos hicimos una reverencia. Con suavidad, Jefaln apartó un rizo de mis cabellos y lo puso detrás de mi oreja, mientras susurraba: "Os esperaré bajo vuestra ventana para poder contemplar de nuevo vuestra belleza".
Aquella noche, cuando regresamos a casa, mi padre echaba chispas. Un Daeva insolente de procedencia humilde había osado sacar a bailar a su hija prometida. Durante su explosión de ira, yo solo pensaba en una cosa: "He de asomarme a la ventana".
Pasaron horas hasta que mi padre por fin se fue a la cama y yo me atreví a asomarme a la ventana. Jefaln seguía ahí debajo, tal y como había prometido. Tan pronto como abrí la ventana, voló hasta mí. Tomó mi mano y preguntó: "¿Confiáis en mí?". Yo asentí, él desplegó sus alas y se dio la vuelta para tomar altura. Sus alas, fortalecidas en combate, eran maravillosas; permanecí inmóvil hasta que él tiró suavemente de mi mano.
Volamos muy lejos y más de una vez Jefaln tuvo que detenerse y esperarme. Pero nunca se impacientaba. Por fin llegamos a un claro alejado. Nunca he vuelto a encontrar este claro aunque en ocasiones todavía sigo intentándolo.
Aquella primera noche no sucedió nada indebido. Nos quedamos sentados junto a los árboles y conversamos durante toda la noche. Hablamos sobre nuestros padres, nuestra infancia, nuestra ascensión. Lo que más me conmovió fue la honestidad con la que hablaba sobre sus preocupaciones y sus temores. Como líder de una legión, no podía mostrar sus temores a la tropa, pero eso no quería decir que fuera inmune a ellos. Mientras charlábamos, sostenía mi mano entre las suyas. Y cuanto más tiempo pasábamos charlando, más me gustaba. Por lo visto a él le ocurría lo mismo.
Volví a casa justo cuando el hogar estaba despertando. Tras esta noche en vela debería haber estado terriblemente cansada. Pero desde que era una niña, nunca me había sentido tan viva.
Nunca planeábamos nuestros encuentros. Todas las noches dejaba mi ventana abierta, con la esperanza de poder pasar un tiempo junto a Jefaln. Cuando su deber se lo permitía, nos reuníamos en las horas más avanzadas de la noche. Para escapar de ojos y oídos ajenos, volábamos siempre a un sitio diferente: a una catarata, a un teatro abandonado...
Nuestra amistad prosperó durante varias semanas y se hizo más sólida. Se convirtió en mi mejor amigo. Algunas noches charlábamos sin parar. Otras nos quedábamos toda la noche en silencio, sentados el uno junto al otro. Pero siempre estábamos felices por poder estar juntos.
Comenzaba todos los días llena de felicidad, de energía y de vida, y ansiosa porque llegara la noche para verlo. Mi familia notaba mi cambio y supo que tenía una nueva amistad, pero no sabía de quién se trataba. Cuando un día, por error, revelé que mi amistad era un hombre, mi padre y mi prometido montaron en cólera. Yo estaba furiosa y me mostré testaruda: no iba a renunciar a una amistad inocente a causa de una desconfianza injusta y unos celos absurdos.
Continuamos con nuestros encuentros con más secreto y astucia que nunca. Una noche, Jefaln parecía agitado. Mientras lo escuchaba, colocó con suavidad un rizo de mis cabellos tras mi oreja, igual que lo había hecho aquella primera noche durante el baile. Pero esta vez dejó reposar su mano sobre mi cuello. Acarició mi cuello y mis hombros, se inclinó y me besó. Por primera vez en mi vida maldije mi vida privilegiada y mis obligaciones. Pero no me resistí. Le devolví el beso.
A la mañana siguiente nos despertamos estrechamente abrazados. Y a esa primera, siguieron muchas otras mañanas. Nuestra amistad había cambiado, pero ninguno de los dos lo lamentaba. Con mi inminente boda y su trabajo, ambos sabíamos que nuestra relación no podría durar eternamente e incluso hablábamos abiertamente sobre ello... aunque siempre tuve la esperanza de que sí fuera para siempre.
Su deber lo llevó al Abismo. Pasaron semanas sin noticias ni encuentros. Me faltaban su contacto y las conversaciones con él. De repente escuché por casualidad en la posada que Jefaln había muerto en el campo de batalla del Abismo, donde no había obeliscos que salvaguardaran su inmortalidad. Cuando escuché que había muerto, perdí el conocimiento.
En medio de mi infinita desesperación me di cuenta de que estaba embarazada. Empaqueté algunos vestidos y todo mi dinero y abandoné Pandemónium. Sabía que mi familia no me permitiría dar a luz al hijo de Jefaln. Tenía que huir para salvaros. No podía permitir que os encontraran. No podía quedarme mucho tiempo en ningún lugar.
Tras haber viajado por toda Asmodia, por fin os traje al mundo en Guardiavieja. Poco después, mi padre me encontró allí. Para que nadie supiera de vos, os dejé en el bosque antes de que mis perseguidores me capturaran.
Creo que mi padre había averiguado cosas sobre mi amistad con Jefaln y que ello tuvo algo que ver con su muerte en el Abismo. Si fue capaz de eso, también sería capaz de matar a un lactante. Puesto que posiblemente mi padre también os mataría a vos, he ocultado vuestra existencia y también vos debéis hacerlo.
Os he dejado el collar con la esperanza de que algún día me encontréis y sepáis la verdad. Pero esta verdad solo podéis conocerla vos. Nadie más debe saber la verdad sobre nuestro pasado.
Finalmente me llevaron de vuelta a Pandemónium. La mayoría de las personas supusieron que solo me había asustado por la boda.
Ahora estoy casada y he retornado a mi antigua vida; soy como una marioneta en manos de las convenciones sociales. Mi marido es un buen hombre y no merece el dolor que le causaría esta verdad. Pero mi amor os pertenece. Sigo viviendo con la esperanza de hablaros de mí y de vuestro padre.
Por vuestra propia seguridad no he podido encargarme de vuestra educación, pero siempre he rezado para que os convirtierais en un buen hombre y tuvierais una vida feliz.
Cuando miro hacia atrás, no me arrepiento del tiempo que pasé junto a Jefaln. No me arrepiento del fruto de nuestro amor. Solo desearía haber encontrado un hogar seguro para vos en lugar de dejaros en manos del destino. Pero no pude hacer otra cosa más que abandonaros en el Bosque de Moslan.
Nunca os pediría que me perdonarais. Pero, por favor, por mí, no olvidéis una cosa.
Vuestro padre era un hombre maravilloso y respetable que hizo mucho por Asmodia. Murió sin saber nada de vos.
Sois su legado para Asmodia.